Leí el otro día el comentario de una extranjera que afirmaba que todos los chapines que había conocido hasta el momento le habían parecido machistas. Todavía no sé si lo que me asombró fue lo contundente de su afirmación o el simple hecho de lo que dijera así, sin tapujos ni antifaces. Eso me hizo recordar a un joven chapín que conocí en el avión cuando regresaba de la madre Patria. Con mucho orgullo y seguridad, me explicaba cómo él se calificaba a sí mismo como un no-machista, porque si estuviera casado dejaría a su esposa trabajar. Me pregunto si sería fácil hacerle entender a este personaje sobre lo contradictorio de su afirmación.
No se trata de crear polémica respecto a un asunto ya trillado para muchos, ni de caer en el opuesto absurdo de abogar por el feminismo. Al fin y al cabo, resultan ser dos caras de una misma moneda, adulterada y carente de valor. Incluso me río de los chistes machistas, porque en ellos no encuentro más que el intento fallido de su interlocutor por hacerme enojar y reaccionar con un chiste feminista, ojalá más cruel.
¿Se considera usted machista? Una reflexión, aparentemente obvia, pero dudo que la mayoría de las personas se lo hayan cuestionado alguna vez en su vida. Para mí, tan machista puede ser el hombre como la mujer, cuando cualquiera de los dos acepta –incluso de forma implícita- que el hombre puede restringir la libertad de la mujer. A diferencia de lo que popularmente se cree, no es uno de esos rasgos culturas que se fueron heredando de una generación a otra. La antropóloga Brenda Rosenbaum explica que en las sociedades mayas, el hombre y la mujer tenían roles igualmente importantes y que ninguno de los dos se consideraba completo sin el otro.
El craso error de luchar contra el machismo es caer en la llamada discriminación positiva, una política muy común en los países europeos. En el afán de tratar con igualdad de derechos a las mujeres –y de ganar, aparentemente, en imagen pública-, muchos políticos han ideado sistemas de cuotas que obliga que un determinado número de puestos sean ocupados por mujeres. En este, como en tantos otros aspectos de la vida humana, la mejor solución es la competencia, que obliga a las personas a competir por su productividad marginal y no por su género.
Preguntarse cómo sería nuestra sociedad sin el machismo resulta un interesante ejercicio mental.
Los invito a reflexionar…