Los propósitos de principio de año van desde los simplemente imposibles hasta los imposiblemente simples. Los primeros por su complejidad no llegan a realizarse, entre ellas encontramos las famosas dietas, los empleos ideales, la estabilidad económica y otros ofrecen seguridad pública con mano dura. Son propósitos que no llegan a concretarse por porque son imposibles, complejos o por pereza. Pero que en boca del primer día del año hasta se escuchan bonitos. Obviamente esto se escucha así, porque en teoría hay 365 días para concretarlos.
Los segundos son los propósitos minimizados por ser imposiblemente simples. Aparentemente son los más fáciles de alcanzar, se comienzan, pero con el trascurrir del año, se complican. Entonces se dejan botados y las ilusiones del principio de año quedan en el cesto de la basura.
¿Cuántos propósitos, dejamos tirados? ¿Cuántos de ellos los volvemos a mencionar para el próximo año?
Por ello las metas para ese año deben dejar de ser divinas y pasar a la tierra.
Primero: deben ser pequeñas. Los logros pequeños son significativos y gratificantes si se dedican a coleccionarlos.
Segundo: deben ser pocas. Las metas deben se concretas y reales, no puedo prometer este año ser un ganadero, si las únicas vacas que he visto han estado en el zoológico.
Tercero: No debe existir el temor a fracasar. El primer obstáculo que hay entre nosotros y las metas, somos nosotros.
Cuarto: El fracasar es un logro. El aprendizaje que nos deja una enseñanza que nos ayudará a futuro. Como decía Augusto Monterroso: “Debemos darnos algunos fracasos de vez en cuando para que nuestros amigos lloren con nosotros.”
Quinto: el objetivo no es el fin, es divertirse en el camino. Nos debe gustar el propósito que buscamos, de nada sirve lograr algo, que luego no sabemos para qué lo buscamos. Es disfrutar el juego de conseguirlo.
Pero estas son reglas básicas para los propósitos, ¿Cuáles son las tuyas?