Al igual que los retazos que se ven en las montañas –efecto óptico al que refieren las terrazas de cultivo- y al igual que los textiles del mercado, así se ven culturalmente las distintas zonas de Guatemala. En la ciudad y alrededores, las personas parecen haberse mimetizado con alienación de las ciudades; el ritmo desenfrenado diluye toda particularidad originaria para dar surgimiento a una nueva idiosincrasia propia de la urbe. Así es que puede observarse caos en el tránsito, bocinas, vendedores por doquier, etc. Pero también el lado histórico y cultural, puntos de reunión como los bares 100 puertas o El Portalito en la Zona 1 dan cuenta de una cultura que se hace espacio entre la polución y los ruidos.
En el Este el poder negro aflora en Puerto Barrios y Livingston, los únicos lugares del país con población afrodescendiente. Allí hablan garífuna, y si bien conservan las mismas costumbres que el resto de los chapines, la influencia del caribe es evidente.
En la otra punta, el oeste. De rasgos andinos, tiene un clima frío y todos los pueblos, de difícil acceso, se encuentran entre las montañas. Allí los habitantes visten su traje típico, se dedican a la agricultura y a la producción textil. Hablan un dialecto maya: el Mam.
En el Sur, en los alrededores del Lago Atitlán, hablan el T’zutujil y es una extraña mixtura, que no llega a sintetizarse, entre lo originario y lo cosmopolita, debido a su cercanía con la ciudad. Y es que en los distintos pueblos conviven indígenas y europeos, éstos buscaron refugio en la calma del lago e invirtieron en restaurantes y hoteles, aprovechando la afluencia turística y las grietas del sistema de inmigración en el municipio.
Por último el Norte. Allí yacen las ruinas mayas de Tikal. Sin embargo, más allá de las fronteras turísticas la zona se vuelve impenetrable, debido a la espesa vegetación. Y a los rumores de haberse convertido en refugio de narcos, y por lo tanto territorio vedado para todos aquellos que no conozcan las reglas.
Toda esta diversidad se conecta a través de los chicken buses. Allí suben niñas, jóvenes y ancianas para vender frutas en bolsita, garrapiñada, pomada para urticarias y remedios naturales para los parásitos. Otros, viajan con gallinas, bolsas llenas de aguacates y su bebe en la espalda, atado con un lienzo al resto del cuerpo.
En un mismo asiento pueden viajar hasta cinco personas, apretujadas, todas se bambolean de un lado a otro, pero no parece ser un inconveniente para dormir una siesta.
Los chicken buses son micros escolares de la década del ’70 que transportaron a los niños estadounidenses. Por ser obsoletos los enviaron a Guatemala, donde los repararon y funcionan hoy en día. Todavía puede leerse el letrero “School Bus” en algunos micros. Pero por dentro la historia es diferente. Cada maquinero decora el bus a su gusto. Algunos han empotrado una televisión y parlantes de alta potencia justo arriba de la cabina del chofer. Otros, no tan modernos, sólo se limitan a tener los parlantes y un buen equipo de MP3 donde suenan los hits de reaggeton o música mejicana. Las calcomanías “Sólo en Jesús confío” junto al nombre de la mujer, niña o madre amada también son frecuentes.
No obstante, a pesar de la adrenalina del viaje hay algo en estos buses que llama la atención. Las mujeres. Van cargadas con bolsas de hortalizas y se las ve cansadas luego de una larga jornada de trabajo. Pero así y todo no pierden su feminidad. Ellas usan tacones. Niñas, jóvenes y ancianas, no importa la edad. El pelo es negro, brilloso y casi siempre se lleva atado atrás. Aunque algunas despliegan su sensualidad y lo dejan suelto. Visten su traje típico: un paño tejido envuelto alrededor de la cadera que les llega hasta los tobillos, ajustado al cuerpo a la altura de la cintura y atado con una faja bordada. En la parte de arriba, usan una blusa que deja los hombros al descubierto también está bordada con flores y colores vivos. Y en la espalda un pequeño bulto envuelto en un tejido que se ata con un nudo en la parte de adelante del torso. Son sus hijos. Y a pesar de lo incómodo que tal vez parezca a simple vista este modo de cargar a los niños, los bebés chapines son muy tranquilos. Aguantan el ajetreo de los chicken buses, el bullicio de los mercados; y ellos siguen allí, con los mofletes sonrojados junto a la piel de su madre, protegidos y en paz. Qué puede pasarles.
Los chapines
Atolito en la calle, Frijolitos, Huevos revueltos o estrellados, Té de Rosa Jamaica. Carne asada o pollo frito. Este es el menú típico chapín, tanto para desayuno, almuerzo o cena. Y para acompañar, tortillas de harina de maíz. Desde la madrugada puede verse en la calle a las señoras “aplaudir” unas bolitas de masa que luego serán cocinadas en una plancha. El menú no es muy variado, sin embargo, una comida de tal elaboración al día, es suficiente para apalear el hambre por el resto de la jornada.
Es que a pesar del hambre, los guatemaltecos son alegres. Se mimetizan con el colorido paisaje y una cálida atmósfera que sólo el refugio de la cultura puede brindar. Su pasión se materializa en su obsesión por los cohetes, cualquier festividad es excelente excusa para encenderlos.
Se trata de una sociedad conservadora en donde no se habla de sexualidad, ni de SIDA. Y los padres sobreprotegen a sus hijas tengan la edad que tengan. Pero, al igual que cualquier país de Latinoamérica padecen la desocupación, sufren la violencia consecuencia de ésta y lidian día a día con las prácticas clientelísticas y neoliberales de los gobiernos de turno.
En la actualidad existe “la paz” en Guate. Al menos eso es lo que vociferan los políticos. Se refieren al fin de los enfrentamientos con la guerrilla de la Unión Nacional Revolucionaria de Guatemala (UNRG) en 1996, cuando se firmó el acuerdo de paz. Y si bien, la lucha armada finalizó, aún la paz no reina en el país. El gobierno está presionado por los ex PAC, grupos paramilitares que enfrentaron a la guerrilla y ahora reclaman su indemnización. Paralelamente, el discurso de la inseguridad parece asentarse cada vez más, retroalimentado día a día por los medios de comunicación, principales creadores de consenso en la sociedad. El contexto es propicio ya que este es un año electoral (los chapines elegirán presidente en septiembre de 2007) y algunos representantes de la derecha más recalcitrante ya se apropiaron de este discurso y empiezan a aparecer las propuestas de mano dura.
Por su parte, los banqueros también dan señales conciencia social, a saber: usaron los depósitos de la gente para hacer negocios que financien sus proyectos particulares. Esas inversiones fracasaron y el banco se declaró en quiebra. Algunos analistas sostienen (Diario Prensa Libre 21-01-07) que las causas de remontan al boom de bancos (35) que surgió entre el ’88 y el ’95. Un surgimiento que no fue producto de mayor demanda de servicios sino oportunidad de empresarios para financiar otras empresas de manera rentable. De esta manera, por las calles de Guatemala pueden verse largas filas de gente que reclama su dinero en la puerta del banco. Ahora inexistente.
¿Los beneficiados? Familias millonarias que viven en la Zona 10 de la ciudad chapina, en la mayoría de los casos encargadas de manipular este tipo de transacciones. Son terratenientes descendientes de la oligarquía guatemalteca de antaño. Hicieron su riqueza a través de arbitrarias políticas de excención de impuestos y la explotación de los campesinos. Políticas de gobierno cuyas campañas fueron financiadas por la iniciativa privada,
Mientras tanto, el mojado arriesga su vida en el Río Bravo para cumplir el sueño americano. Y Arjona le escribe una canción.
Así, Guatemala se muestra alegre. Refugiándose en su cultura y reivindicándola día a día, haciéndole frente a la sombra que genera la cercanía de un país poderoso que vive acechándola. Pero ella sigue firme, intacta, resistiendo y sabiéndose que no está sola. Latinoamérica está luchando con ella.
Colaboración por Yael Curi, Argentina que visitó Guatemala a finales de 2006, inicios 2007.