Luego de cuatro meses de campaña electoral, y a nueve días de las elecciones, los guatemaltecos hemos percibido un universo de imágenes, colores y sonidos que se han dedicado, sistemáticamente, a intervenir nuestros sentidos.
Camina uno por la calle y en el suelo la sombra de una gigantesca valla parte el cielo resumiendo en pocas palabras lo que podría ser el futuro de guatemala, un hombre o una mujer, con una temerosa sonrisa, y en quien confiaremos la dirección de nuestro Estado, sí, del que todos somos (o deberíamos) ser parte.
Suponemos que en todas las campañas pasa de todo, ponen canciones populares y machaconas a sonar a todo volumen en una esquina, o a un coro de niños a cantar las virtudes de algún candidato, todos en algún momento salen bailando, salen abrazando a una viejita o dándole un beso a un bebé. Y uno los mira en la televisión o los escucha en la radio, y a fuerza del más descarado bombardeo terminamos aprendiéndonos sus tan particulares voces, sin realmente creerles mucho.
Se escuchan chistes de la canción de tal partido, del hablado de tal candidato, de su modo de andar, es la forma con que los guatemaltecos relajamos la tensión ante los postes y paredes tapizados, ante las vallas gigantescas que invadieron el país, la forma en que denunciamos el mal gusto de alguna campaña. Nuestros ojos no pueden volver a ver determinado color sin ser arrastrados al rostro de un candidato. Se cansan nuestros sentidos, y se entiende, nos ayudan a reconocer en la papeleta el símbolo, color y rostro de nuestra ciudadana elección ¿Era necesaria tanta, tantísima publicidad?
Fotografía: Edgarín.