Prácticamente toda plaza, centro simbólico o punto de encuentro trascendental del país ha tenido que prestar su espacio, acomodar su paisaje a una tarima, a unas bocinas, a una cuadrilla de picops cargadas de gorras, camisetas, pachones, refrigerios. “amigos y amigas, guatemaltecos y guatemaltecas, con ustedes nuestro próximo…”, comienza el mitin.
Los ángulos de las cámaras siempre muestran a las multitudes, no se distingue quiénes son de la comisión, quiénes del partido y quiénes llegaron por la camiseta y quiénes a escuchar, a conocer, a informarse, porque para muchos esa será la única forma de acceder a la información, por eso tan importante el mitin.
Se necesita ese espacio, para presentar los proyectos, para lanzarlos a la plaza como somatando las cartas sobre una mesa, con arengas y todo, se vale evocar la pasión por las ideas, lo que no se vale es jugar con ellas.
El invierno es el más rudo testigo de lo que ahí se diga, de lo que ahí suceda, luego de las promesas y las gorras y los aplausos las calles y sus gentes seguirán ahí esperando que algo suceda, y las campañas se cerrarán, algunas definitivamente, y luego, todos veremos por la tele a la misma persona que antes llegara a la plaza, pero esta vez sin su camiseta de color, ahora estará con un traje neutral y una bandera de Guatemala rodeándole el pecho, otra vez se dirigirá al país desde una tarima y tendrá su oportunidad de demostrar cuan en serio iba todo aquello.
Mientras tanto, hoy, en la plaza, ha quedado una alfombra de banderitas y rostros, y nos llevamos algunas de sus ideas en la cabeza, a ver si se transforman en su anhelada equis roja.
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