Esto de pertenecer a una sociedad y ser parte de esa interacción que construye una serie de características que luego se convierten colectivas y definen a una nación o algo que se parezca, esto que nos hace pintarnos el rostro de azul luego de blanco y de azul otra vez, esto de la nostalgia de nuestro bróderes que están allá, en otro lado donde les dicen “ah, sí, guatemaltecos”, esto que nos mueve a mandar la foto, a escuchar la canción esa, a sentirse parte de algún lugar, de un territorio, de un país. Por lo visto sí, y en medio de demasiadas razones que nos hacen dudar, que a veces revientan y nos obligan a brincar, a gritar, a somatar los puños en el suelo como para recordarle a la tierra que nos resistimos a irnos, que algo, un algo que no sabemos muy bien qué es, nos hace parte de esta comunidad, de este pueblo, claro, sin ponernos románticos, seamos sinceros: es jodido ser guatemaltecos.
Y a pesar de todo, y mucho más allá del paisaje, en nuestras más complicadas contradicciones, de los pedazos rotos del espejo que somos, esta fragmentación extraña es nuestro paradójico ser colectivo, ser chapín, nuestro natural ser de acá.
En estos días electorales en que fuimos impactados por enormes e impresionantes campañas (como niño frente a fantasma), en que las oportunidades de una vida digna para los guatemaltecos se ven ante ese camino dislocado que transcurrimos cada cuatro años, bajo el intento no de hacer una infinita cadenita de manos como se ve en los anuncios, sino de poder reconocernos en nuestras diferencias y compartir y competir y construir cada quien en su colectividad aquello que vimos en una película “lo mejor para uno y para los demás”, sentirse de acá, aunque estés allá, hasta allá, aunque el país no siempre nos haya devuelto todo lo que hemos soñado, total, esto somos y esa manchita en el dedo es un importante ejercicio simbólico de ser ciudadanos guatemaltecos, de elegir alguna de las formas en que viviremos un inmediato futuro de nación. Pareciera que casi todos compartimos cierta desconfianza por los políticos, por sus discursos y promesas con algo de chanchullo que no siempre logramos ver, y si lo pensamos, lograr ser críticos ante ese proceso, y a pesar de que ya sabemos, de que compartimos un dolor colectivo por demasiada realidad y demasiada historia en 108mil km2, llegamos a votar, y elegimos, y seguiremos eligiendo para bien o para mal, ejerciendo esa radical actitud política de ser ciudadano guatemalteco y continuar dándole sentido a nuestro extraño y cálido gentilicio.