Es una celebración, ya se sabe, mucha gente, demasiada, ¡ah la costumbre esa de decir que algo “está alegre”? porque está sobresaturado de gente!, claro, existe cierta relación, pero uno ya sabe, las fiestas de independencia son alegres, sí, pero qué gran caos.
En todo el país se celebra y ya armada la tradición aparecen las antorchas, los redoblantes, los vendedores de algodón, los de cerveza y los ladrones, los sastres hacen su “septiembre”? con los uniformes y durante un día se hace suficiente ruido para despertar incluso a algunas sombras del pasado.
En Xela, por ejemplo, estas fiestas son particularmente especiales, la Feria Centroamericana de la Independencia, sus reinados, sus premios y la tremenda fiesta tienen ya más de un siglo de tradición, y entre las copas y el baile se confunde tradición con estancamiento, así es, la tradición dialoga con la vida contemporánea, no la anula, pero va, se vale, “dame el llavero abuelita y enséñame tu ropero”?.
Algo parecido pasó mucho tiempo con las bandas escolares (algunos todavía les dicen bandas de guerra y, tristemente, su simbología permite pensar que aún lo son), la introducción de los ritmos tropicales y la posibilidad de incluir cierta danza sambamarchada parece haber refrescado la tradición de darle duro al redoblante y taconear las botas, soñemos un rato, sería hermoso que la tendencia fuera a convertir la ciudad en una gran pista de baile, imaginémonos bailando entre los desfiles entregados a compartir en el chinique con toda la banda, con toda todita, pero nel, al rato y nuestra cultura no es para eso, al rato el 15 de septiembre tampoco (gracias a toda la gente que con tanto corazón demuestra lo contrario), ¿valdría la pena buscarse otra fecha para hacer una buena fiesta nacional?, quien sabe, total entre el ruido y el peso de la historia, encuentra uno el pretexto para que “se ponga alegre”? la cosa.