Día a día, cientos de niños son puestos a disposición de los juzgados familiares, a las puertas de un incierto futuro. Hogares y tutores provisionales entran a la escena de sus vidas.
He tenido la oportunidad de visitar una curiosa granja en San Lucas, Sacatepéquez. Ocho hermanas de la caridad, con la ayuda de voluntarios, atienden a decenas de pequeños en cuanto a su alimentación, aseo, vestido y finalmente, unos pocos mimos… unos pocos nada más.
Las monjas y voluntarios trabajan de sol a sol por su bienestar, sin embargo el día no alcanza y merman las fuerzas al momento de demostrar a los pequeños que son un angelito que no merece más que felicidad y que la vida pareciera jugarles una cruel broma que podría arruinar su futuro… o tal vez no.
Jóvenes de ambos sexos sirven como voluntarios cuidando a los bebés. ¿Las tareas? Jugar a la pelota, vendarles los ojitos antes de quebrar una piñata con dulces que recogerán atropellándose entre ellos (los echarán en una bolsita para enseñar a sus “hermanitos” quién tiene más), montar a los chiquillos en sus hombros y jugar de caballito; los llevan a alguna gradita de la casa en donde puedan abrir el paquetito de galletas y su juguito para la refacción. Ante la pregunta de “¿Por qué vienen a este hogar?” la mayoría de voluntarios dejaría enmudecido al curioso, usando esta respuesta: “yo viví aquí durante toda mi infancia”.
De repente logro escuchar a un bebé de presumiblemente 3 años, diciendo: “mirá mami, es una galleta de elefantitos” y luego ríe a carcajadas porque por un momento, todo está bien… todo está bien mientras cumple el sueño de llamar “mami” a alguien, aunque le conozca por menos de 10 minutos.
Finalmente, llega el momento de partir y los angelitos se desprenden de los sentimientos incubados por pocas horas. Aceptan la despedida como es la costumbre en cada fin de semana, alguien ha llegado para compartir un lindo momento de alegría, pero eso ha terminado, su vida continuará una semana más, tal vez con esperanza, quizás con resentimiento. Lo que no dudo es que sus sueños estarán llenos de sonrisas imaginarias, abrazos de un padre amoroso y caricias maternales que aprieten sus manitas sucias haciéndoles sentir amados.
Guatemala llora y sueña a través de estos pequeñitos sin culpa, cuyas vidas no buscan más que un cálido hogar lleno de amor.
Amor, atención, cariño y un poco de tu tiempo… ¿Llevarías tú un poco de amor a estos niños guatemaltecos?