El niño que lustra zapatos a cambio de Q3 y de ganancia regala una sonrisa. El indigente cuyo sentido de la moda inspiraría a cualquier diseñador europeo. La niña que con su inocente sonrisa muestra nuestra sencillez, pastorea sin conocer la escuela. El amigo que critica hasta tu forma de respirar y la anciana que trabaja hasta el último día al lado del policía que esperamos sea honrado; son guatemaltecos todos.
Somos chiquitos, gorditos, cachetoncitos y orejones; enojados, vivarachos, transeros y comelones; chispudos, considerados y trabajadores. Y por ser tan variados, confundimos nuestra identidad como individuos, pero con orgullo decimos que somos guatemaltecos todos; de un país donde los contrastes nos llenan de emociones y el color alimenta el corazón aunque el muñeco de tortillas no esté presente.
Ser guatemalteco nos ha hecho sentir responsables, decepcionados, felices, necesitados de amor o de atención, nos ha sacado un grito, grandes sonrisas y hasta un llanto de rabia o impotencia.
Haber nacido en la 18 calle, en San Pedro Pinula, Todos Santos Cuchumatanes, Poptún, la Antigua Guatemala, Jutiapa, Tecpán o Retalhuleu, nos ha marcado como únicos y especiales, dignos de admiración y objeto de la atención del mundo.
Por nuestro color de piel, la forma de vestir, el lenguaje coloquial que vos y yo usamos y nuestra esperanza inmortal, por eso… somos guatemaltecos todos.