Si se quiere hacer del aeropuerto de Guatemala un aeropuerto eficiente, las autoridades de aviación del país deberían estar pensando en comprar una o dos docenas de calzadores. Digo esto porque en mi última experiencia saliendo del país hice una fila de 25 minutos, mientras todos los viajeros –incluso mujeres, niños y personas mayores- nos quitábamos zapatos y cinturones, sin importar siquiera el material del que estuvieran hechos, para pasar el último control migratorio.
Me pregunto a qué mente brillante se le ocurrió que la seguridad en una terminal aérea se alcanza descalzando a los pasajeros. La medida no sólo requiere ahora un equipo de unas siete personas que intentan mantener el orden, sino que entorpece todo el proceso para llegar a la puerta de embarque. Cierto, lo mismo se hace en otros países, pero no sin antes capacitar al personal de seguridad y asegurarse de que las molestias para el viajero serán mínimas. ¿Esa misma mente brillante no pensó acaso en la necesidad de una especie de bolsas plásticas para los pies, que al menos hagan menos desagradable el proceso?
Esto no quiere decir que yo no aprecie los esfuerzos de las autoridades por mejorar la seguridad en el aeropuerto sin dar nada por sentado. Pero estas actuaciones no servirán si no se acompañan de una tecnología adecuada que permita identificar a los pasajeros que debieran ser sometidos a una inspección más rigurosa. La seguridad y la eficiencia no son mutuamente excluyentes. Y cuando se respaldan con avances tecnológicos, ambas pueden dar un salto significativo.