Si de cantinear se trata, los guatemaltecos y guatemaltecas son los mejores. Pero yo siempre había tenido una duda… ¿De dónde proviene el verbo “cantinear”?, pues la respuesta más obvia a mi entender es que el proceso romántico del enamoramiento, que se daba en muchas cantinas, tenía un tinte muy particular de, básicamente, cuentearse a las patojas que frecuentaban estos lugares. Finalmente, quién sabe sobre la epistemología del verbo “cantinear”, pero los chapines sí que sabemos lo que significa.
Las risitas, intercambio de miradas, uno que otro coqueteo (arregladitas de pelo por las patojas y parados de macho de los patojos) y de repente… ¡La primera palabra!
Hay de todo, desde el típico “¿Cómo te llamás?”, pasando por su versión distanciada “¿Qué tal usted, cómo se llama?” y terminando con algún piropo de esos raros y grotescos (por no tildarlos directamente de abusivos) “Quisiera ser chirmol para que me untaran en tus carnes” (a los que se ríen, créanme que existe y a los que se ofendieron, lo siento… “así son la vida” dice la canción).
Después, si no hubo un desplante de arrogancia o timidez disfrazada con pánico agregado, puede venir una conversación más “interesante”: “¿Y usted estudia o trabaja?”, “¿Y dónde vive pues?”, “Mire, qué chula se le ve esa diadema”, “Pues yo siempre la veo ahí en la esquina pero nunca me había animado a hablarle, es que soy muy tímido”. Ahí la patoja empieza a indagar un poco, siempre desconfiada porque la verdad, es que todos los hombres podemos ser iguales hasta que no demostremos lo contrario: “¿Y usted quién es pues?”, “De plano que a todas las patojas les habla así de la nada y les dice estas cosas”, “¿Y ese anillo que tiene ahí es de casado?” (aunque el descarado responda que es de su graduación.
Finalmente, las cantineadas han dado paso a la existencia de muchos de nosotros, así que ¡A cantinear se ha dicho!